Los más agraciados, hicieron las maletas y partieron a entibiar sus cuerpos en las arenas tropicales, mientras otros escaparon de la ciudad aguantando largas e inamovibles filas de automóviles en las carreteras. El objetivo era uno: disfrutar del que, seguramente, figura como uno de los feriados más largos del continente latinoamericano, el cual se extendió desde el sábado 15 al miércoles 19 de septiembre (o más allá, según el caso… o el bolsillo).
Ya recuperados de las celebraciones, de la sobredosis de vino tinto y de los tumultos al pie de los buses interurbanos, aparecen los arrepentidos, los que comieron en exceso y aquellos que ahora se urgen por empezar las dietas. Infaltables las típicas trencitas playeras bajo los gorros invernales que aún abrigan las cabezas en las heladas mañanas; las caras bronceadas en otras latitudes.
Tal vez rescatar de esta conmemoración los innumerables brindis por la patria junto a los parientes, junto a los amigos más queridos. Al lado del carbón y de la carne asada sobre la parrilla.
“Es el cumpleaños de Chile”, le dijo con vanidad un amigo del colegio a uno de mis hijos, en medio de los ensayos de las obras teatrales y las danzas que no pudieron faltar en los centros educativos. Los niños llevando el atavío del “huaso” campesino, con poncho y vistosos sombreros de copa corta y ala recta; las niñas con vestidos floreados y el pelo envuelto en cintas de colores.
Nosotros partimos a respirar un poco de folclor a uno de los parques citadinos que fueron ambientados por las distintas municipalidades. Y llegamos temprano, para evitar tropezarnos con los alegres amantes de las bebidas alcohólicas, que después de cierta hora trastabillan entre los kioscos.
Encontramos una muestra de juegos típicamente chilenos, de esos que se niegan a desaparecer de la memoria colectiva ante la invasión de Nintendos y GameCubes. Nos paseamos por una exposición de atuendos de distintas zonas del país, los más atractivos quizá los de cuero pintado que en su tiempo envolvieron los cuerpos de los indígenas en la fría zona patagónica, los de la Isla de Pascua o las máscaras nortinas.
En definitiva, una tarde memorable que terminó con el público participando de los bailes, con los niños aplaudiendo cada interpretación musical, cada cueca bailada sobre el escenario. Un feriado que concluye y deja un agradable gusto a familia, a alegría y a descanso. Pero sobre todo, un exquisito sabor a orgullo patrio.
* La autora es periodista.
1 comentario:
No puedo dejar de opinar sobre esta chica, muchacha, gran periodista y mejor amiga. No sòlo porque en esta oportunidad su columna me toca las fibras nacionalistas (mal que mal, son tantos kilòmetros lejos de mi paìs y de -lo mejor- sus laaargas fiestas patrias jeje, sino porque debo felicitar su opiniòn semana a semana con esa pluma ligera, amena y muy inteligente. Es cierto que el periodista se hace, pero el talento es un estilo como las huellas digitales.
Carol Troll
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