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Lorena Victoria S.*
Mi amiga y ex alumna, Maricarmen, se involucró de inmediato en las tareas de organización y no tardaron en llegar sus mails a mi casilla, a través de los cuales me fui enterando de todos los pasos que se iban dando en materia de coordinación.
Me asaltó la nostalgia y me acordé de los años en que Maricarmen y yo compartíamos la vicepresidencia y presidencia de dos cursos, que sumaban alrededor de 25 escolares cada uno. Y lo hicimos durante varios años en un proceso político que ya, al final de los días se resolvía mediante una especie de “elecciones verbales”, durante las cuales nuestros compañeros sólo atinaban a decir “que sigan ellas”, casi con voz resignada, ahorrándonos el proceso de votación a las felices “jefas de Estado”.
Con cada descripción de los temas a través de los correos relativos al evento, me iba acordando de las meriendas hechas en los patios de la Juan Sánchez Ramírez, de las carpas conseguidas a través de nuestra labor de relaciones públicas, recorriendo empresas de refrescos; de los sándwiches y bocadillos que Mike Mercedes tan gentilmente siempre nos aportaba, de lo mucho que comían los vendedores, del conteo de billetes y monedas al final del recreo… y de lo bien que lo pasábamos todos. Aunque la profesora Ligia hiciera volar el borrador si algún distraído no prestaba atención a sus explicaciones.
Me fui dando cuenta de que aquellos fueron unos años memorables, irrepetibles e imborrables y de que el cariño sembrado hace 20 años continúa intacto para la mayoría de los que una vez integramos la promoción Época 90, quienes aún nos comunicamos a través de Internet y de manera constante estamos buscando la forma de vernos y reunirnos. En cualquier parte del mundo.
Nadie puede evadirse de los recuerdos, las fiestas pro recaudación de fondos con Cahobazul, la primera (doce pesos la entrada), mientras la segunda tuvo como escenario la cama de un camión y sobre ella, dos bandas metálicas que inundaron el colegio de cadenas, cabelleras largas y ropa negra. ¿Cómo escapar del paseo al club Dominicus, en Bayahíbe, de cuán bronceados y gorditos volvimos todos, más felices, más amigos? Teobaldo en los brazos de Morfeo, con su “walkman” en los oídos, y nosotros poniendo velas a su alrededor, como si se tratara de un finado fantásticamente dormido. Doña Chica, la mamá de Alexandra, persiguiendo a los revoltosos en los jardines del resort; la discoteca “La Locura” repleta de nuestra alegría, Ingrid y Alex bailando en el borde del segundo piso.
Casi por casualidad, Rossina y yo decidimos hacer nuestra pequeña y muy privada celebración. Fue así como este fin de semana que pasó, ella se trasladó desde Nueva York a Chile en un viaje maratónico de 4 días. Mientras caminábamos juntas, recorriendo Santiago en medio de nuestra breve y apretada agenda turística, muchas veces volví a verla con sus jeans pescadores, sus medias blancas y su camiseta con el logo del I.M. Siempre sonriente, risueña. Repasamos el álbum que preparé entre 1986 y 1990 (y que guardo como un tesoro), riéndonos de la calidad de las imágenes tomadas con mi cámara, esa que usaba un flash tipo cubo, y la segunda y “ultramoderna” con rollo de disco.
Mientras el resto de los ex alumnos se reunían en Santo Domingo, nosotras pudimos comprobar, una vez más, que a pesar del los años transcurridos y la distancia geográfica… el afecto, cuando es real, mantiene a sus protagonistas en una especie de túnel donde no existe el tiempo.
* La autora es periodista.
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