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Lorena Victoria S.
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Era el noticiario de las 2 de la tarde que reportaba la presencia de Amma en Chile, entre el 26 y el 28 de julio. Mata Amritanandamayi Devi es su nombre completo y según una nota aparecida en Internet, se trata de una “maestra realizada”, que en la India es el equivalente a poseer el más alto grado de santidad en vida.
Y para los que tienen dudas, aclaro: no es una desconocida. En agosto del 2000 fue invitada por la ONU a participar en la Cumbre del Milenio por la Paz Mundial y dos años después obtuvo el premio Gandhi-King a la no violencia, anteriormente recibido por figuras como Kofi Annan y Nelson Mandela.
Miles de personas, provenientes de todos los estratos sociales, llegaron hasta el centro de eventos que acogió a esta mujer y a sus seguidores, con la idea de experimentar, personalmente un poco de su energía positiva. “Su misión consiste en transmitir un mensaje de amor universal a través de los abrazos”.
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En ese minuto, mientras entraba en el estacionamiento un Mercedes Benz último modelo, con chofer y una elegante señora en el asiento trasero, recordé a Richard Gere, Steven Seagal, Tom Cruise y a otras tantas figuras calificadas como “heterodoxas” en nuestro muy occidental Hollywood que, al igual que los hombres y mujeres en la fila para encontrarse con Amma, andan en una interminable búsqueda espiritual, de acercamiento al bien.
Amma me impresionó. No puedo decirlo de otro modo. Ella no pertenece formalmente a ninguna religión porque, según sus propias palabras, “el amor no tiene limitaciones” y dice que, en definitiva, “no hay un solo camino para acercarse a la Divinidad”.
Al ver a todas aquellas personas esperar pacientemente –incluso haciendo fila en el frío, con niños en los brazos–, choqué frente a frente con una realidad que trasciende fronteras: la gran necesidad de amor (pero de un amor incondicional y desinteresado) que impera en este, nuestro, tiempo.
lorenavictoria@hotmail.com
* La autora es periodista.
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